jueves, junio 29, 2006

La "Gran" Fiesta de Fin de Año

Charito organizó en su casa de San Juan la fiesta de fin de año. Todos en la facultad llevaban el número de días en cuenta regresiva: "Faltan 20 días, faltan 19...". Yo había ido a su casa en un par de ocasiones por cuestiones de estudios. Su casa era de dos pisos, un enrejado al lado izquierdo de la misma sobre el que subía una enredadera y trás él la entrada con un piso de azulejos y maceteros con plantitas y flores diversas apostados en los muros laterales y a un costado, casi al final de la entrada, lado opuesto de la puerta principal, una escalera metálica en forma de caracol que conducía a las habitaciones superiores. Tras la puerta principal, con tallados en forma de olas, seguía una sala muy larga amoblada con un juego de sofás color crema, luego venía el comedor con una mesa y sillas de color café y un armario de cristal donde guardaban platos y demás. En las paredes habían cuadros con fotograías donde destacaba la figura de un hombre moreno con bigote espeso y uniforme de militar que era el padre de Charito y el infaltable cuadro donde posan los novios tras el paso crucial. En aquel lugar llevábamos a cabo nuestras reuniones grupales y bajo la atenta mirada de su mami, una mujer de aspecto severo y muy distinta a ella: Charito tenía el cabello lacio, la piel trigueña y los ojos achinados, mientras que su mami tenía el cabello ondulado, muy blanca la piel y los ojos claros y penetrantes como los de un terminator analizando de pies a cabeza a cada uno de sus visitantes, en especial a mí que era el único varón del grupo. La primera vez que Charito me presentó a su madre no supe como saludarla, si de beso como la habían hecho las chicas que me antecedieron en el saludo o dándole la mano, pero después de ver su rostro serísimo y su mirada acuciosa, inquisitiva, le extendí la mano como diciendo "trágame tierra", me sentí un reverendo tonto. Hay personas que te inhiben y ésta era una de ellas. El "detallazo" del saludo con mano extendida fue tomado muy en cuenta a la hora de las bromas en la reunión de trabajo y en días posteriores en las propias aulas univesitarias.

Ya por mi cuenta, fui otras tantas veces a su casa en bici, pues mi casa no distaba mucho de la de ella, llevándole algún video sin que ella me lo hubiese pedido. Bueno, supongo que así obramos todos los cazurros.

La Navidad la pasé en casa con la familia, las clásicas, aburridas y acartonadas reuniones familiares, pero la fiesta de fin de año tenía que ser en casa de Charito con todos los chicos de la facultad. Charito, con gran antelación, no iba a dejar que nadie le ganáse, había corrido la invitación a todos los chicos de la Escuela de Computación y de otras escuelas aledañas. También había hecho circular una especie de diario para que le dediquen algunas palabras. Días previos, yo, había tenido una discusión con Charito pues no me gustaba la manera déspota como se dirigía a mí en algunas ocasiones. El asunto es que yo estaba disgustado con ella y a ella le interesaba un pepino lo que yo pensara o sintiera. El punto es que la "autógrafa" o diario llego a mis manos y a pesar de que estaba algo resentido con ella puse "Que pases unas bonitas fiestas en compañía de tus seres más queridos. Te lo desea Javier, que te quiere a pesar de todo". Muchas veces escribo las cosas que me dicta el subconciente. Muchas personas que leyeron el diario malinterpretaron el mensaje como una media-declaración. Juanita, una de mis mejores amigas, me dijo que ya que había escrito eso aprovechara el momento para "mandarme" pero yo era muy tímido, y aún lo soy, para hacerlo .

En su casa la familia esperaba conocer a cada una de las personas que había escrito en la bendita autógrafa y en especial a la persona que había escrito aquel inefable mensaje. Como no tenía a quien llevar opté por llevar a mi hermana, de quince años, que se moría de aburrimiento pues se encontraba sola en casa después de haber peleado con su enamoradito. Antes pasamos por la casa de Óscar que también vivía en San Juan. Después fuimos a casa de César que vivía a cinco cuadras de la de Óscar. El grupo ya era grande pues César llevaba a su prima y a su hermano. Recuerdo que caminamos algunas cuadras bajo la espesa humareda de los muñecos quemados que daban la bienvenida al año nuevo. Llegamos a una avenida principal y abordamos un taxi que nos condujo hasta la casa de Charito, ubicada entre las calles Vargas Machuca y Pedro Miotta. César siempre risueño gastó algunas bromas durante el camino muy a su estilo. La fiestita ya había empezado y la gente llegaba de a pocos. Estaban el chato Eddy y su enamorada, un chica de piel broncínea, cabellos largos muy lacios y oscuros, y un busto generoso que hasta un ciego podría ver. Enrique, a la sazón mi inseparable compañero y confidente de mis penas, también se encontraba entre los recién llegados y de arranque saco a bailar a mi hermana a ritmo de "Two of Hearts".

Charito lucía radiante, besé su mejilla al saludarla y sentí su agradabilísimo perfume. Llevaba puesto un vestido suelto, largo y con la espalda descubierta, muy sensual. Era la primera vez que la veía así ataviada, en todo caso que la veíamos así, pues siempre iba a la universidad con poleritas y jeans. Lucía hermosa, se había maquillado y destacaban aún más sus finos rasgos. Bailaba muy bien, se contorneaba como una culebra pero de manera muy sensual que parecía otra Charito y no la chica seria de la universidad. Entre los presentes se encontraba "El Inmune", un chico serio, inteligente y cuyo apelativo respondía a su fama de ser un gran bebedor y con mucho más aguante que el resto de sus congéneres, también hijo de militar. Era muy sabido su interés por Charito e incluso sus amigas le querían hacer el corralito pero Charito se mostraba ajena y poco dispuesta a entablar cualquier relación pues le interesaban más los estudios que cualquier otra cosa.

La fiesta para mí no duró mucho pues al buscar a mi hermana la encontré sentada en un sofá con una cara de poco amigos que había espantado al propio Enrique. Al pasar por su lado, Enrique me dijo al oído que mi hermana estaba disgustada porque la había dejado sola con desconocidos. Cuando llegué a su lado, Paty, con todo el disfuerzo del Mundo y ya casi alzando la voz me dijo que se moría de aburrimiento ante tantos "viejos" por lo que opté en salir con ella a mucha prisa, algo contrariado y totalmente avergonzado, y sin despedirme de Charito, la anfitriona, y del resto de chicas y chicas. En la universidad Juanita me dijo que Charito había comentado de que yo me había ido de la fiesta sin despedirme pero Juanita, siempre buena amiga, le dijo que mi hermana tenía un cólico por lo que salimos de manera tan apresurada.

Mi fiesta de fin de año apenas duró media hora, creo que el viaje a casa de Charito duró más tiempo...


martes, junio 27, 2006

"Charito"

Seguir la carrera de moda (Computación), en aquel entonces, me estaba provocando muchos quebraderos de cabeza y más aún cuando la E.A.P. (Escuela Académica Profesional) de Computación pertenecía a la Facultad de Matemáticas conjuntamentes con las escuelas de Estadística, Investigación Operativa y Matemática Pura, y por añadidura, Matemáticas, la Facultad, mantenía una fuerte ligazón con la Facultad de Física. Uhhhmmmm, Ciencias, jamás he comulgado con las ciencias. Creo que nunca en mi vida, durante el tiempo que permanecí en la facultad, vi tantos números y fórmulas juntas elevadas a la enésima potencia.

Mi "fuerte" durante todo mi desarrollo escolar se encontraba en los cursos de letras y humanidades. Disfrutaba de las clases de Historia Universal con la señorita Nelly y de las de Lengua y Literatura con el profesor Milla ("Linterna Verde" para los "amigos", por el color de las lunas de sus gafas). Yo Adoraba a Bécquer y a su romanticismo cursilón ("Hoy la tierra y los cielos me sonríen; hoy llega al fondo de mi alma el sol; hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado... ¡Hoy creo en Dios!"), un gustito que heredé de mi padre pues él tenía especial devoción por el autor hispano de rimas y leyendas.

Lunes y Jueves, Cálculo. Martes y Viernes, Álgebra. Mi dura sesera ante tantos teoremas y axiomas era un hervidero. Martín, Walter (el grande), Walter (el chico), Ramiro y Daniel se paseaban con las clases de Cálculo y Álgebra. Oscar, César y yo padecíamos con ellas. Mi respiro eran los miércoles pues llevábamos un curso de carrera con el profesor Galván. Nos enseñaba lenguajes de programación. El primer lenguaje que conocí fue el Fortran. Las computadoras eran enormes brontosaurios que se encontraban en la facultad de física. Recuerdo un pequeño teclado y una minúscula pantalla en la que se veía lo digitado pero los resultados de los programas se veían impresos tras un rudo tratequeo de una enorme impresora matricial de la época del Rey pepino. Los discos flexibles donde grabábamos la información, programas y datos se grababan en enormes discos flexibles algo más pequeños que una anacrónico L.P.

Y aquí entra a tallar Charito, la pequeña chica de ojos achinados, cabellos cortos y sonrisa de ratón. Siempre se mostraba seria y muy atenta en clases pero después de ellas hasta gastaba unas bromas. Pero momentos así eran contados y más aún cuando habían exámenes o entregas de trabajo de por medio. De esos momentos gratos, alegres figura la vez que hizo burla de mis dos nombres "Javier Alonso, Alonso Javier..., parece un nombre de actor de novelas". Yo me puse rojo como un tomate y tuve que sonreir pero el recreo había acabado y al instante ya había dado por inicio la reunión grupal. Ahh, me faltó añadir algo, a pedido de Juanita y Susana me incorporaron a su grupo. El grupo estaba formado por cuatro chicas: Charito, Juana, Susana, Rita y el invitado masculino: Yo. Las cuatros chicas eran unos "cráneos" pero la que era más extrovertida y dejaba los puntos sobre las íes bien puestas era Charito. Las reuniones no empezaban sin que ella estuviese presente. Un día tardó en llegar y la dimos por iniciada. Llego fresco con si nada hubiese pasado y cambió muchos de los avances que hasta entonces habíamos hecho: Tacho todas y cada una de nuestras ideas como mediocres y Rita se mostró molesta. Charito era muy hábil para escribir programas y los clásicos pantallazos de salida de datos con marquitos perfectos. Charito se la comía con la mirada a Rita. Después de un largo suspiro que pareció eterno, Charito increpó duramente a Rita diciéndole que si tenía algo que decir que hablara de una vez. Rita trató de mostrar su desazón pero al final sus reclamos se durmieron en nerviosos seseos y frases entrecortadas lo que le dio pie a Charito para atacarla con mayor fiereza. Rita se puso a llorar. Rita era la chica más tierna y tímida de los cachimbos y verla así me causó gran pena. Traté de calmar los ánimos. Hasta la dura Charito quebró su voz al ver llorar a Rita. Cuando el silencio era evidente metí mi cuchara y dije que era bueno que se digan las cosas que le disgustan a una de la otra y que a larga resultaba ser una buena forma de empezar una amistad mucho más genuina. No sé si ambas me escucharon pero definitivamente el ánimo no era de los mejores. Muchas de las ideas que habíamos planteado antes de que llegara Charito volvieron a la agenda.

A pesar del mal rato vivido Rita y Charito se volvieron inseparables y era común encontrarlas en el comedor. Yo iba acompañado de mi mejor amigo, Enrique, y él me daba ánimos para que me "mandase" con la inalcanzable Charito.


domingo, junio 25, 2006

"La borrachera de primer año o cuando 1+1 son cuatro"

Los sábados después de clases los destinábamos a jugar encuentros de fulbito en el estacionamiento ubicado entre las facultades de Química y Matemáticas. Había muy poca gente pues casi todos preferían retirarse a casa después de las clases matinales, en especial las chicas que a la larga resultaban sumamente hogareñas y tímidas pero no tanto como nosotros, mozalbetes de entre 17 y 20 años. En uno de esos entrañables sábados y a insistencia de un par de chicos de nuestro muy unido grupo decidimos celebrar y dar gracias a la vida por tantas muestras de benevolencia. El lugar escogido para nuestra pequeña reunión fue una endeble casucha que hacía las veces de una cantina ubicada al frente de la puerta de la facultad de Matemáticas.

No se podía imaginar muchas diferencias entre el interior del lugar con su fachada. Un grupo de pequeñas mesas circulares apoyadas sobre un falso piso llenaban el ambiente. Un grupo de parroquianos, también universitarios ocupaban una de las mesas. Juntamos dos mesas y nos sentamos. No éramos muy comunicativos o simplemente no teníamos un tema de conversación adecuado como para iniciar la conversación. Walter sugirió la bebida. El otro Walter, secundó la moción y fue el primero que abrió la ronda con un "seco y volteado". Martín y yo, que éramos los más bisoños del grupo bebimos con cierta reticencia de aquel amargo y asfixiante líquido. Sentí un fuerte calor cuando aquel líquido se deslizó por la garganta y una ataque de tos hizo su aparición. Los más "cancheros" en aquellas lides me llamaron "pollo". Oscar y Ramiro también bebieron sendos vasos. La conversación que hasta hace unos instantes eran monosilábica se transformó por obra y gracia en una conversación que fue cobrando mucha fuerza con temas trillados pero efectivos a la hora de romper el hielo: Religión, política, fútbol y mujeres. Martín mostró su interés en Charito, la pequeña chica de ojos achinados y cabello cortito que con sus desplantes tenía del ala a más de uno. Uno de los que había caído seducido por los encantos, desaires e inteligencia de Charito era yo pero como era tan tímido jamás tuve la agallas para decirle o por lo menos insinuarle algo así es que durante los cincos años de universidad sólo me convertí en un tonto espectador y admirador, algo no tan anónimo, de Charito, la chica a la que acompañaba al paradero del Enatru y a la que no podía confiarle algo más interesante que los cambios climáticos. Cuando Martín la menciono en la conversación mi corazón se hacía trizas por los celos. Martín era un chico brillante y a todas luces uno de los mejores partidos que una chica podía escoger. Yo, era un tonto soñador y que a pesar del paso de los años mantiene un pie en las nubes.

Los tragos iban y venían y yo sólo me interpuse en el camino de cuatro de ellos pero los suficientes para sentir el Mundo dar vueltas. Martín sonreía y yo también lo hacía aunque no sabía porque lo hacía, simplemente que me sentía feliz. Walter, el pequeño, comentó sus penas de amor mientras golpeaba con el vaso la mesa. Walter, el más grande trataba de aparentar seriedad a través de poses impostadas y fueras de contexto. La dueña del lugar nos pasó platitos con canchita y ají. Yo nunca pruebo picantes a no ser que sea necesario por cuestiones sociales e ineludibles. Creo ser la única persona que come un ceviche sin picante sobre la faz de la Tierra. Probé la canchita que había rociado con un poco de picante por imitar lo que mis compañeros había hecho. Estaba tan anestesiado por el licor que no sentí ardor alguno, ni siquiera podía sentir la cancha que masticaba. Pensé que el ají no picaba en absoluto y probé más y no sentí absolutamente nada. Definitivamente el licor tenía efectos secundarios como restarme sensibilidad degustativa, hacerme perder el equilibrio y ver la siluetas de los objetos borrosas o fantasmales imágenes dobles o hasta cuádruples. El mundo giraba más y más aprisa hasta sentir náuseas. Pensé ir a casa pero no estaba en las mejores condiciones para hacerlo y por recomendación de Martín nos dirigimos a dormir la mona en el Estadio de San Marcos. En aquel tiempo las puertas de la Universidad estaban abiertas para todo el Mundo, no había ningún tipo de seguridad en las puertas y entramos como perro en Iglesia. Sólo rogábamos que nadie nos viera en aquel estado. Mi caminar se hacía difícil toda vez que sentía tambalearme y lo mismo le sucedía a Martín, cuya mirada vidriosa, desencajada y torpe caminar me hacía tener una idea clara de cómo debería verme yo y que me negaba a aceptar. Atravesamos la puerta que queda a un costado de la Facultad de Ingeniería Industrial y no vimos un alma por las cercanías. De manera torpe nos conducimos hacia el promontorio en cuyo centro se encontraba un incipiente estadio en fase de construcción. Escogimos una de las gradas superiores y nos echamos de espaldas. Dormimos un par de horas y sólo nos despertamos cuando sentimos un frío vientecillo lamer nuestras mejillas. Martín se sacó los lentes que estaban humedecidos por una leve garúa. Nos sentamos, aturdidos aunque conscientes y empezamos el camino de retorno a casa. Mientras caminaba hacia la puerta de salida de la Universidad me puse a pensar en Charito y en lo que podría decirle la próxima vez que abordáramos el enatru en la avenida Roosevelt.


domingo, junio 11, 2006

San Marcos: Día 1

El profesor de álgebra dictaba la clase pero sin las dosis de humor con las que solía matizarlas. Se asomaba nerviosamente a la ventana dejando pendiente una explicación. Su rostro denotaba mucha preocupación. Cualquiera de nosotros podía darse cuenta de que sus ideas y toda su atención no se encontraban dentro del aula sino tras los cristales, en aquel griterío creciente que se colaba por cada hueco, por cada rescoldo del aula 101. Los gritos sonaban amenazantes; eran arengas subversivas de las primeras que oía en mi primer año de estudiante universitario.

San Marcos tenía la mala fama de ser el centro de focos subversivos y en cuyas aulas y ambientes, en general, grupos subversivos ejercían mucha influencia, en base al terror, sobre la comunidad universitaria. Era el pan de cada día ver una enorme pintura de Mao Tse Tung sobre la fachada de Administración y un mural que representaba los mil ojos y mil oídos de los seguidores del anarquismo.

Decidí estudiar la carrera de moda en el momento: Computación. Con mi beca por haber ocupado el segundo lugar en la secundaria no tuvo muchos problemas para ingresar. La Facultad de Matemáticas era enorme y cientos de rosotros bisoños, juveniles o adolescentes ponían la nota de alegría. Sin embargo, en el interior se podían ver muchas pintas con la hoz y el martillo. Por idea nuestra decidimos pintar las paredes de un blanco inmaculado. Nuestra buena acción sólo duró 24 horas pues muy pronto las pintas ocuparon sus lugares de siempre. Se supone que las puertas de la facultad se cerraban por las noches, sin embargo éstas personas lograban entrar sin mayor dificultad a los ambientes y sumirlos en un hoyo caótico, decadente y de intolerancia total.

Los gritos sonaban más cercanos, el ensordececedor ulular de una sirena policial se impuso sobre aquellos. Una fuerte explosión que remeció los vidrios nos hizo saltar de los asientos. La explosión fue muy fuerte pero la onda expansiva no estaba orientada hacia los vidrios de la facultad porque de lo contrario las consecuencias habrían sido inimaginables por los enormes ventanales. Todos, incluyendo el profesor, salimos violentamente. Las chicas parecían muy nerviosas, yo miraba los ojos de preocupación de Enrique, mi compañero de carpeta. En las afueras de la facultad un grupo enorme de alumnos había tenido la misma iniciativa nuestra pero no había escapatoria alguna. Las puertas que daban a la avenida venezuela estaban cubiertas con unidades de asalto y policía que lanzaban a diestra y siniestra gases lagrimógenos. huimos de ellos pero nos encontramos en medio de un fuego cruzado. Un grupo de encapuchados, algunos con cuadernos y libros bajo sus brazos lanzaban piedras y bombas molotov sobre las fuerzas del orden. Nosotros huimos, en medio de ahogos, hacia el estadio. La garganta me picaba y apenas podía respirar. Estábamos cercados. Todos tosían o arrojaban. Salimos en gran desbande por la puerta de derecho en medio de una lluvia de piedras por parte de los estudiantes o terroristas infiltrados y varazos de la policía que imponía el orden a su manera y a un grupo de adolescentes temerosos con ganas de llegar sanos y salvos a sus casas.