domingo, junio 25, 2006

"La borrachera de primer año o cuando 1+1 son cuatro"

Los sábados después de clases los destinábamos a jugar encuentros de fulbito en el estacionamiento ubicado entre las facultades de Química y Matemáticas. Había muy poca gente pues casi todos preferían retirarse a casa después de las clases matinales, en especial las chicas que a la larga resultaban sumamente hogareñas y tímidas pero no tanto como nosotros, mozalbetes de entre 17 y 20 años. En uno de esos entrañables sábados y a insistencia de un par de chicos de nuestro muy unido grupo decidimos celebrar y dar gracias a la vida por tantas muestras de benevolencia. El lugar escogido para nuestra pequeña reunión fue una endeble casucha que hacía las veces de una cantina ubicada al frente de la puerta de la facultad de Matemáticas.

No se podía imaginar muchas diferencias entre el interior del lugar con su fachada. Un grupo de pequeñas mesas circulares apoyadas sobre un falso piso llenaban el ambiente. Un grupo de parroquianos, también universitarios ocupaban una de las mesas. Juntamos dos mesas y nos sentamos. No éramos muy comunicativos o simplemente no teníamos un tema de conversación adecuado como para iniciar la conversación. Walter sugirió la bebida. El otro Walter, secundó la moción y fue el primero que abrió la ronda con un "seco y volteado". Martín y yo, que éramos los más bisoños del grupo bebimos con cierta reticencia de aquel amargo y asfixiante líquido. Sentí un fuerte calor cuando aquel líquido se deslizó por la garganta y una ataque de tos hizo su aparición. Los más "cancheros" en aquellas lides me llamaron "pollo". Oscar y Ramiro también bebieron sendos vasos. La conversación que hasta hace unos instantes eran monosilábica se transformó por obra y gracia en una conversación que fue cobrando mucha fuerza con temas trillados pero efectivos a la hora de romper el hielo: Religión, política, fútbol y mujeres. Martín mostró su interés en Charito, la pequeña chica de ojos achinados y cabello cortito que con sus desplantes tenía del ala a más de uno. Uno de los que había caído seducido por los encantos, desaires e inteligencia de Charito era yo pero como era tan tímido jamás tuve la agallas para decirle o por lo menos insinuarle algo así es que durante los cincos años de universidad sólo me convertí en un tonto espectador y admirador, algo no tan anónimo, de Charito, la chica a la que acompañaba al paradero del Enatru y a la que no podía confiarle algo más interesante que los cambios climáticos. Cuando Martín la menciono en la conversación mi corazón se hacía trizas por los celos. Martín era un chico brillante y a todas luces uno de los mejores partidos que una chica podía escoger. Yo, era un tonto soñador y que a pesar del paso de los años mantiene un pie en las nubes.

Los tragos iban y venían y yo sólo me interpuse en el camino de cuatro de ellos pero los suficientes para sentir el Mundo dar vueltas. Martín sonreía y yo también lo hacía aunque no sabía porque lo hacía, simplemente que me sentía feliz. Walter, el pequeño, comentó sus penas de amor mientras golpeaba con el vaso la mesa. Walter, el más grande trataba de aparentar seriedad a través de poses impostadas y fueras de contexto. La dueña del lugar nos pasó platitos con canchita y ají. Yo nunca pruebo picantes a no ser que sea necesario por cuestiones sociales e ineludibles. Creo ser la única persona que come un ceviche sin picante sobre la faz de la Tierra. Probé la canchita que había rociado con un poco de picante por imitar lo que mis compañeros había hecho. Estaba tan anestesiado por el licor que no sentí ardor alguno, ni siquiera podía sentir la cancha que masticaba. Pensé que el ají no picaba en absoluto y probé más y no sentí absolutamente nada. Definitivamente el licor tenía efectos secundarios como restarme sensibilidad degustativa, hacerme perder el equilibrio y ver la siluetas de los objetos borrosas o fantasmales imágenes dobles o hasta cuádruples. El mundo giraba más y más aprisa hasta sentir náuseas. Pensé ir a casa pero no estaba en las mejores condiciones para hacerlo y por recomendación de Martín nos dirigimos a dormir la mona en el Estadio de San Marcos. En aquel tiempo las puertas de la Universidad estaban abiertas para todo el Mundo, no había ningún tipo de seguridad en las puertas y entramos como perro en Iglesia. Sólo rogábamos que nadie nos viera en aquel estado. Mi caminar se hacía difícil toda vez que sentía tambalearme y lo mismo le sucedía a Martín, cuya mirada vidriosa, desencajada y torpe caminar me hacía tener una idea clara de cómo debería verme yo y que me negaba a aceptar. Atravesamos la puerta que queda a un costado de la Facultad de Ingeniería Industrial y no vimos un alma por las cercanías. De manera torpe nos conducimos hacia el promontorio en cuyo centro se encontraba un incipiente estadio en fase de construcción. Escogimos una de las gradas superiores y nos echamos de espaldas. Dormimos un par de horas y sólo nos despertamos cuando sentimos un frío vientecillo lamer nuestras mejillas. Martín se sacó los lentes que estaban humedecidos por una leve garúa. Nos sentamos, aturdidos aunque conscientes y empezamos el camino de retorno a casa. Mientras caminaba hacia la puerta de salida de la Universidad me puse a pensar en Charito y en lo que podría decirle la próxima vez que abordáramos el enatru en la avenida Roosevelt.


6 comentarios:

Rolando Escaró dijo...

bombas como esa nunca se olvidan. supongo que ademas de la resaca lo peor fue el efecto post ingesta de tanto ají...

¿llegaste a decirle algo más a charito?

Yanet dijo...

En su momento, la resaca, fue terrible, me duele la cabeza de sólo recordarlo.

En cuanto a Charito, fue y seguirá siendo mi amor platónico...

Anónimo dijo...

Si esa bomba tiene que repetirse con sus respectivas chelas... ahora que recuerdo a la sensual charito... esta buenaza!!! creo aun...je,je,je...

Yanet dijo...

La ví hace poquito y aún conserva su magia y encanto.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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