domingo, octubre 26, 2008

"Dos Cuentos"

Niñera en apuros

Hacer las veces de niñera y tutora puede convertirse, en ocasiones, en una de las tareas más peligrosas para la salud mental del más cuerdo de los mortales..., obvio, que no hablo de una profesional en la materia, sino, de una novata en el total y estricto sentido de la palabra. Los daños ocasionados podrían convertirse en permanentes... Cursaba en la universidad el primer semestre de Educación y la mejor manera de solventar mis “gastos y gustos” sin tener que pedirle nada a papá y soportar sus cada vez más frecuentes e implacables : “¡para qué quieres más dinero si ya tienes todo lo necesario… “ era, y fue, conseguirme un trabajo de part time que se ajustara a mi horario de estudios. Algunos años antes, hasta pocos meses antes, era sólo acercarme a él, sonreir, ponerme mimosa como una gatita y pedirle que me comprara algo con un “¡porfis!, ¡porfis!, ya” y asunto arreglado…, ahora la cosa se había puesto cuesta arriba, supongo, y no creo equivocarme porque me lo dijo (…) e hice oídos sordos, que ahora esperaba que su “niña” madurara y reparara entre gastos prioritarios y superfluos.

Pero, como todo tiene sus bemoles la experiencia de niñera no fue nada sencilla aunque tampoco puedo quejarme y hasta puedo sonreir, ahora, un tanto mientras llegan a mi mente algunos recuerdos , eso sí, con las mejillas y orejas sonrojadas como tomate maduro a punto de ebullición…

”Los niños son como ángeles en la tierra, que han sido enviados por Dios para alegrarnos la vida”, eso nos decía la abuela Tatita y yo le creí a pies juntillas… Sigamos con lo que decía la “abu”: “ Con su gracia y ternura despiertan en nosotros los más hermosos sentimientos que nos llevarían, casi siempre, a dar la vida por ellos...”, pero al parecer a ella nunca le tocó cuidar a este ramillete de “angelitos”. Entonces, como puede suponerse, no estamos hablando de ángeles encarnados, de pequeños querubines obedientes y cariñosos sino de pequeños diablillos haciendo su mejor esfuerzo por complicar mi existencia...

Me dejaron al cuidado de tres nenas: Gracia, de 9 años, Fernanda de 5 y Samantha, la más pequeña, de 3 añitos). Treinta dólares por sólo cuatro horas no es una cantidad nada despreciable y recibir dinero por hacer “casi nada! no me vendría nada mal..., les dejaría ver la tele y les daría algo de comer parecia una cosa sencilla, lo que me daría tiempo de repasar algunas de mis materias, pero…

Tuve que llegar dos en punto, de la tarde, a casa de don Matías y doña Ana, amigos del tío Gustavo, quien fue el que me recomendó ("Te quiero tío")... Ana, me hizo todas las recomendaciones del caso: Que Gracia es una niña tranquila, sólo que tienes que apoyarla con las tareas. Que a Fernandita le toca su jarabe a las tres en punto y que por nada del Mundo permita que se acerque al agua. Y que a Samantha le ha dado en los últimos días por soltarse la “pichita” sin avisar y que estuviese al pendiente… Me di cuenta que la cosa no era sencilla como lo había imaginado al principio.

Las niñas todavía se encontraban en plena merienda. La pareja salió y me dejó sola con el grupo de "angelitos". Que Gracia no quería una cuchara más del guiso y yo: "Dále Gracia, que el plato está entero..." y que Fernanda quiere más refresco, y Samantha lo mismo... que le sirvo el refresco a ambas y que: "¡No, éste no es mi vaso!" -dice Fernanda- y lo arroja contra el suelo; yo lanzo un grito y parece que le gustó mi aullido a Samantha que también arroja el suyo con el mismo estruendo... pronto Fernanda se niega a comer y Samantha lo propio... Gracia desapareció y ya está con la tele encendida en la salita y yo que: "Apaga la tele, tienes que comer" y ella: "Papá dice que si no quieres hacer algo, nadie tiene por qué obligarte" y yo: "pero papá de seguro que se refería a otra cosa muy distinta a comer, querida" y ella: "No me llames querida, mi nombre es Gracia" (por el mohín de disgusto y la actitud retadora de sus palabras debieron de ponerle "Mala Gracia").

En el comedor, se siente barullo, voy corriendo, y haciendo compañía a los vasos en el suelo, los platos y su contenido (¡OMG!)… El panorama es desolador. Mis nervios tan templados empiezan a resquebrajarse como hielo delgado ante un sol abrasador (me sentí como Juana de Arco en la hoguera). Ahora, Samantha quiere pichita; tratando de mantener total calma, la levantó con cuidado, ¡Oh Dios! ya está empapada y mi brazo y blusa, también..., tengo que bañar a la nenita y que Fernanda también quiere darse un baño... y que suena un portazo y Gracia se hizo humo... "¡Gracia!, ¿A dónde vas?" -desde la ventana y con Samantha, echa un río, en brazos. No me contesta y yo: "aguarda no puedes salir sola", y ella: "¡Sí, si puedo!" -y prosigue su marcha como si no hubiera oído mis palabras. Dejo a Samantha semidesnuda sobre el sofá y voy detrás de Gracia, seguida de Fernanda. La alcanzó dos cuadras más allá. Con mucho esfuerzo logro traerla de vuelta, no sin evitar sus gritos y pataletas en público que me avergonzaron... Con Gracia y Fernanda de la mano, regresé a la casa. La puerta cerrada: ¿Samantha, dónde está Samantha?, toqué y toqué el timbre, golpeé con desesperación la puerta, Gracia y Fernanda me ayudaron pateándola... después de 5 minutos de angustia y con medio barrio en sus ventanas, Samantha abrió la puerta y yo: "¿Estás bien bebita?" - con el corazón en la boca.

¡Qué fácil en mis tiempos!, sólo con poner una peli de Barney o de Barbie y me quedaba concentrada mirando la tele y no hablo de hace diez años sino de hace tres... Gracia que no quería hacer la tarea. Las más pequeñitas que tenían hambre, pero nada que ver con la comida. Puse unos huevos a sancochar, lo primera que acerté en la tarde, se los comieron todito... parecía que mi suerte estaba a punto de cambiar... pero no, las nenas peleándose por cualquier cosa; que Samantha golpeó con los colores a Fernanda; que Fernanda llorando a mares porque le dolía y además tenía un corte (¡problemas para mí!) ¿Y Gracia?, bien, gracias... Gracia estaba en la computadora jugando Gunbound, imposible sacarla de su concentración: "Espérate, ya acabo... una ronda más y la apago..." (la ronda extra duró una hora y media. Por una parte, estaba tranquila, pues la tenía a mi vista). Pero Fernanda y Samantha en las suyas. Fernanda le cortó un mechón de cabellos a Samantha. Samantha nuevamente se soltó la pichita... y yo volviéndome loca, pues, no tenía un minuto de pausa... Mi tarde estuvo atareada. Fue una experiencia única… Más tarde ya graduada tuve que toparme con niñas comos ellas pero ya estaba más curtida y con la suficiente experiencia como para controlar cualquier pueril vendabal…


Maldición

"Siembra vientos y cosecharás tempestades", me lo dijo un agricultor despistado, mientras trataba de interpretar la líneas de la vida en la palma de mi mano... Era un hombre bajo de estatura, rostro cetrino y enjuto, con todos los años encima y de modos rústicos. Amigo y confidente de la abuelita Tatita en temas sobrenaturales. Rabdomante, quiromántico, aprensivo y poseedor, según él, de la verdad absoluta (un charlatán, para mí, de los tantos que pululan). Sentí asco mientras cogía mi mano y frotaba su pulgar contra mi palma, como tratando de borrar de ella alguna línea indeseada o indescifrable o simplemente capturar mi atención. Todo alrededor, lucía como a desastre: Decenas de velas, de diversos tamaños y colores, encendidas iluminaban a estampitas, imágenes religiosas y fetiches de abominable aspecto. El viento golpeaba y sacudía desde sus goznes a las desvencijadas ventanas que se mantenían en su lugar de milagro y como prueba irrefutable de la voluntad divina... Sentí claramente, su aliento a aguardiente y un brillo pecaminoso y grotesco en su mirada. A ratos, apretaba con fuerza mi muñeca que me lastimaba, intenté safarme en más de una ocasión; sólo la mirada persuasiva de Tatita lo impedía. Empero, mi paciencia se agotaba...

Abordamos un auto que nos llevó, después de casi tres horas de viaje, a un lugar olvidado por Dios y por los hombres… En donde, un minúsculo e infecundo campo de cultivo rodeaba a una casucha erigida con restos de todo aquello que cualquier persona en su sano juicio hubiese deshechado. No había ni pistas ni camino asentado; el auto se sacudía y dejaba escapar chirridos y gimoteos; nosotras, en el asiento posterior, nos balanceábamos sin ton ni son. En la puerta, de aquel esperpento de casa, nos esperaba el "maestro" Sifuentes. La primera en descender del vehículo fue Tatita, y apenas lo hizo le indicó al chofer, amablemente, que esperase. El "maestro" se acercó a ella y con un tosco abrazo le dio la bienvenida. Yo, dudé en bajar. Por el aspecto del lugar, temí encontrar algo muerto bajo mis pies. Tatita me llamó y me presentó al "maestro", que haciendo una sumisa reverencia cogió mi mano apretándola con fuerza; sentí su mano callosa, acartonada y áspera como una lija..., entramos a la casucha.

No sé como Tatita logró convencerme para acompañarla; acepté, a regañadientes. Después de hablar, casi una hora con el "maestro", me señaló y dijo: "Porque no aprovechamos que mi nieta está aquí para que le leas la mano". Me mostré soprendida por esa declaración, totalmente fría... Siempre he sido escéptica en cuestiones paranormales, aunque en el fondo sentía y siento cierto resquemor... Como expulsado por un resorte, el pequeño hombre se me aproximó con total soltura y sin mediar fórmula alguna o consentimiento de mi parte cogió mi mano con fruición. Observaba mi palma con detalle en el más absoluto silencio, después de un instante que pareció eterno soltó aquella trillada frase: "Siembras vientos..." y volvió al mutismo. El silencio era interrumpido por espasmos asmáticos que lo obligaban a retirar de su frente aquel flequillo de cabellos grasientos que le cubrían los ojos. Sentí arcadas y el tipo obsecado en no soltar mi muñeca... Hasta que en un raptus de benevolencia divina me liberó... Sin embargo, conservaba en su semblante un aspecto tétrico que espantó a Tatita. Se podía ver el brillo de sus ojos cubiertos de una ligera humedad. La abuela quiso saber qué es lo que había visto en la palma de mi mano para que se pusiera así. Con unos prolegómenos circenses y un desarrollo escénico y actoral impecables, soltó un gemido agudo y lastimero que espantaría al más valiente y dijo: "La niña está maldita... Todo lo que toque será maldito...". Eso terminó por colmar mi paciencia... rauda, veloz, mortificada abandoné la habitación y me enclaustré en la parte posterior del vehículo. Mi ofuscación y molestia eran tan obvias que el chofer se privó de observación o comentario alguno.
Tatita demoró en salir. Luego, en el umbral, se despidió del maestro dándole la mano y dejándole una muy buena propina. Mientras se dirigía al vehículo, noté en ella una fría mirada y un mohín de lástima. No hablabamos en el camino de retorno. Apoyé mi cabeza en su regazo y me quedé profundamente dormida.

Javier Alonso

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