martes, octubre 03, 2006

"Aprendiendo a ser papá..."

- Prende la luz, tengo mucho miedo...

En medio de las penumbras, peleando contra las sombras y la prisa, él extendió su mano en busca del interruptor. La luz repentina hirió sus ojos que semicerrados orientó hacía el lugar donde yacía Valeria. Sus mejillas estaban cubiertas de un rojo intenso y pequeñas gotitas de rocío coronaban su frente. Tocó su rostro, mejillas y frente, parecía hervir. La preocupación pareció dibujarse en su rostro. Intentó salir de la habitación en busca de un fármaco para bajarle la fiebre pero, nuevamente, la voz de Valeria, se lo impidió:

- Tengo náuseas... ¡No te vayas! -dijo ella con una voz quedita, casi imperceptible como un rumor en la noche.

- Ya vengo, voy a traerte tu jarabe para la fiebre -contestó él, tratando de sonar sereno en medio de su preocupación.

Ella, sumida en el malestar, asentió y lo dejó ir.

Fue al botiquín en busca de algún jarabe pero no encontró nada. Encendió la luz de la sala y se dirigió a la habitación de su madre. Eran las tres y media de la madrugada y quizás ella se encontraría sumida -pensó para sus adentros- en el más profundo de los sueños y no escuchase el golpe de sus nudillos contra la puerta. Pero Valeria no podía esperar más por lo que tocó la puerta blanca con más fuerza. Escuchó dentro ajetreos, ruídos descompasados, pasos y antes que le abriesen la puerta dijo a media voz que, para no despertar a su padre, Valeria tenía fiebre. Su madre tenía algunas pastillas y se las dio. Partió una por la mitad, la hizo polvo y la puso en una cucharada disolviéndola con una poca de leche chocolatada. Valeria no quiso probarla. Después de muchos ruegos y amagos por fin accedió. La pequeña tomó a duras penas una poca más de leche chocolatada. Él, se recostó a su lado, velando su sueño. Ella se quedó dormida. Él tocaba instintivamente su frente cada diez minutos, sintió que el calor de su frente fue bajando hasta tornarse en una tibieza natural. Sólo en ese momento pudo dormir en paz, si cabe la expresión... Su sueño apenas duró quince minutos, como el leve suspiro de un amor ingrato, pues ya era hora de levantarse... ¡Ésto de ser padre sustituto tiene sus bemoles!


No hay comentarios.: