lunes, octubre 23, 2006

Valeria y el mes morado

Esta tarde regresé temprano a casa, eran menos de las seis de la tarde cuando abrí la puerta principal esperando ver aparecer de la nada, y "sorprenderme", a la menuda presencia de Valeria. En los días anteriores la había visto sólo dormir: Llegaba a casa pasadas las diez de la noche y ya estaba durmiendo, salía a trabajar antes de las siete de la mañana y aún dormía apoyando una de sus rosadas mejillas en la almohada. Dormida parece un ángel pero despierta estoy seguro puede poner de muy mal humor al mismo demonio.

Sólo el domingo cuando fui a casa de sus padres pude verla en todo su esplendor. Con la energía de sus cuatro hermosos años correteaba por la habitación de sus padres, hacía con mucho encanto el papel del "pingüino loco", papel que le toca representar en una actuación del kinder. Los domingos como es costumbre voy recogerla y se queda en casa hasta el viernes que es cuando su mamá la recoge.

El día del temblor yo me preparaba para darme un duchazo, en realidad tenía pie y medio dentro de la ducha cuando el fuerte y prolongado sacudón me obligó a vestirme lo mejor que pude y subir las escaleras hasta llegar a la habitación donde Vale duerme. La levanté y la verdad es que está muy pesada y aún dormida la recosté en la cama de mi padre cuando ya el movimiento telúrico se había extinguido.

Vale es una niña que reboza de energía, puede jugar y conversar horas de horas que en algunas ocasiones puede llegar hasta el hastío. Le pongo una película en el DVD y se queda prendida sólo por un rato pues hace muchas preguntas o cuenta la trama cuando ya antes la ha visto.

El viernes pasado, cuando regresé a casa, no la encontré pues ya su mamá se la había llevado, dejando en cambio a Verónica, de diez años, y a la candorosa Karina de seis. Verónica es sin lugar a dudas mi engreída. Sólo la vi un rato el viernes por la noche y otro tanto el sábado. El domingo fuimos de compras, le compré unos anteojos de Sol (sun) para reemplazar los antiguos y una correa más ancha pues las que tiene ya no le quedan. Comimos una ensalada de frutas, lo cierto es que yo la ayudé un tanto pues el plato era enorme. Compramos algunas películas y las vimos en casa. En la tarde comimos un cebiche, a ella le encanta y cuando regresábamos a casa acompañamos por un buen rato a la imagen del Señor de los Milagros en procesión por las calles de San Juan de Miraflores, supongo que en cada distrito de la gran Lima se habrá visto un espectáculo similar: Hombres maduros cargando una pesada anda con la imagen del Señor, señoras mayores con sahumerios de penetrante aroma que tornaban el aire en irrespirable mientras entonaban, a viva voz, cánticos en honor al crucificado. Verónica observaba absorta cada paso de aquel cadencioso desfile. El calor era agobiante y le dije que sería mejor ir a casa para refrescarnos y esperar la llegada de la imagen y al nutrido tropel morado allí. La música anunciaba la llegada. Nos agolpamos por los ventanales del segundo piso. Karina bajó al parque, con sus primas, tía Cristina y tío Rafael para ver la procesión más de cerca. Verónica, inicialmente, no quería ir pero después se animó y bajó para estar junto con los demás. En la ventana sólo quedamos mi hermana mayor, su hija y yo. Nuevamente un fuerte movimiento sísmico nos obligó a observar el desfile desde la primera planta. Al ver que sólo fue por instante regresamos al segundo piso. El tío Rafael les compró a Karina y a Verónica manzanas con dulces. Temía que Karina, fiel a su costumbre, se limpiara sus manos en el buzo nuevo que se acababa de poner pues tenía que llevarlas, sanas y limpias, a su casa para evitar contrariar a su madre. Fui a darles alcance. No llevé un pañuelo o algo para limpiarle el rostro a Karina que lucía pegosteado por un rojo pegajoso y caramelado. Sólo faltaba la pequeña Valeria para completar el clan de las hermanas Rivera...

El domingo por la noche cuando regresamos con mis padres a casa con la pequeña Valeria en brazos ella se quedó profundamente dormida. La recosté en su cama y a su acurrucó a un lado. Esta mañana, despertó a las seis y media y pude darle un beso de despedida. Son casi las nueve de la noche y aún Valeria no ha regresado con la abuela. Seguro que cuando llegué me va a contar cada uno de los detalles que vió en el templo de las Nazarenas... ¡Ya llegó y ya empezó a contarme todo lo que vió!


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