Lunes muy de mañana, aún somnoliento espero en el paradero del Puente Atocongo al "Venegas". A diario y a la misma hora veo a las mismas personas: La chica del "Elvira", de tez trigueña y cabellos cortos, acompañada de su madre y sus pequeños hermanos, el chico del "José Olaya" y su actitud de autosuficiencia, la señora gordita de ojos grandes y ojeras pronunciadas, el señor del cabello bien peinado y bigotitos perfectos...el "Venegas" da la vuelta y todos se agolpan en las puertas para subirse en él, gente rezagada corre para alcanzarlo. En el fondo del bus, sentada, la chica de tez blanca, cabellos largos claros y ondeados... Durante meses hemos viajado juntos. Siempre la he mirando con el rabillo del ojo o alguna vez con total frescura. Le calculo unos doce o trece años, por su seriedad le pondría más, pero, prefiero imaginarlo así. Siempre con su chompa granate que hace juego con el tono rojizo de sus cabellos. Yo, me encontraba en los doce años, tiempo de cambios, crecimiento y otras reacciones incontrolables en mi organismo. Sin, embargo, con aquella chica, mi actitud era pura y meramente "observativa". Me recordaba a las "Mamachas" de los cuadros de la Escuela Cuzqueña que había visto en las clases de Educación Artística del profesor Bustos. La miraba embobado... Ella bajaba en Surquillo y yo en el puente Ricardo Palma de Miraflores... Me encantaba coger aquella ruta, porque podía ver a mi antiguo colegio de ladrillos color marrones y su puerta antíquisima... Cruzaba La Paz y llegaba a la juguetería de grandes ventanales, todavía cerrada, allí, estaban los carritos metálicos que tanto me encantaban. Más de una vez, siendo pequeño, lloré colgado de la falda de mi madre por uno de ellos..., ahora con otra actitud los veía, pero, no con el deseo de antaño, ya era mayor para esas cosas... Pasaba por el frente del "Elvira", chicas asomadas por las ventanas del segundo piso te mandaban besos volados y risas al viento. Al frente el pimbol de Miraflores. Cruzaba Larco y llegaba al parque central y avanzaba de manera diagonal hasta llegar a la mole de la Iglesia de Miraflores, lugar donde hace un par de años hice mi Primera Comunión, lo que más recuerdo de aquella ocasión son los pellizcos de la catequista para que cruzáramos los brazos antes de entrar al templo... Llego al parque Kennedy, luce desierto e inerte. Bajo hasta la calle Bellavista. A mi izquierda el Bowling de Miraflores (el pimbal más grande y del que eramos asiduos concurrentes, aunque, muchas veces tuvimos que escapar al vuelo por las recientes batidas). Volteo a la derecha un par de cuadras hasta llegar al portón metálico de un color oscuro indefinido. Todavía no hay nadie. La gente del lugar sale a trabajar o llevan a sus hijos al colegio. Poco a poco empiezan a aparecer rostros conocidos de algunos compañeros o de niños de otras secciones. El auxiliar llega con premura y abre la pequeña puerta ubicada en el vientre del portón... Somnolientos, tímidos ingresamos al local. Es difícil determinar el tiempo de esta construcción. Aulas de quincha con techos de eternit ondeados sujetados con ladrillos, el patio principal que hace de loza deportiva, luce grietas y desniveles en varios sectores, los arcos de madera empotrados en el concreto que usamos para jugar fulbito, al fondo y alrededor un pequeño muro de concreto pulido que nos sirven de asientos. Lo más destacado se encuentra a la derecha del portón de entrada, los baños. La construcción en este ambiente es reciente, todo allí luce nuevo y contrasta con el resto de edificaciones. Algunos niños entran a los baños, otros permanecen en el patio formando grupos que hacen de la espera un momento de relajo con risas libres y juegos de manos. Yo, prefiero ir al salón a esperar la llamada a formación. Mi salón se encuentra al fondo del patio, a la mano izquierda. Hacia allá me dirijo, cruzo el frente del 2do. B (el único salón con ventanas de vidrio), sigo avanzando y casi al frente de 2do B se encuentra el 2do. C, sin puertas y un enorme hoyo rectangular que hace las veces de ventana y que apenas empiñándose uno se puede ver el interior del salón. Sigo caminando y doy con mi salón. Hay que tener cuidado, pues, en la entrada hay dos peldaños altos que nos conduce a un subnivel. El color beige de las paredes y el zócalo terroso hacen juego con el marrón de las tres filas de pupitres bipersonales. La pizarra de un verde oscuro (pintada en la pared) acompañada de la infaltable mota y pedazos de tiza. Una pequeña carpeta que hace las veces de escritorio de los profesores y una silla sencilla que le hace compañía. Y al fondo del salón , en el punto extremo, una entrada, que a través de un pasillo, conduce a otro salón (un salón dentro de otro salón).
El timbre suena a las ocho en punto. El auxiliar de secundaria con su vara ordena desalojar los salones. Todos tienen que estar en el patio. Se forman las filas con desgano. Los más pequeños adelante, los grande detrás. El auxilar adjunto, Gonzáles (moreno alto), supervisa con su vara la formación y la rectitud de las filas. Otro Lunes sin química. Siempre nos toca química a la primera hora. No recuerdo haber recibido una clase de química en Lunes. Cuando las filas ya están formadas y sólo el silencio impera, el director ordena cantar el Himno Nacional. Cientos de voces se confunden, unos llevan prisa, otros se retrasan, Gonzáles con su vara pone orden al desconcierto. Algunos se ríen y para molestar comienzan a cantar a gritos... La ofuscación en los profes y el director son evidentes. El director mantiene la compostura y se manda un discurso que dura mucho tiempo... Y para aquellos que estábamos despiertos nos conduce nuevamente a la modorra y al aburrimiento. Bueno, menos mal que no tendremos Química a la primera; a otros les va peor porque tienen que perder la primera hora de Educación Física y los partidos de fulbito.
La segunda hora es de religión. El "Curita", formalito al vestir y de aspecto y modos "delicados" nos dicta el curso. Su clase, también, consiste en exposiciones y después paséandose (contorneándose), con las manos libres como palomas, nos habla de Dios, amor y bondad mientras acaricia nuestras cabezas, rostros y pechitos. Abraza a muchos, algunos corresponden a su abrazo, como aquel compañerito que, mientras, soba la espalda al "Curita", une pulgar e índice dejando los dedos restantes levantados... Todos tenemos en claro las tendencias del "Curita" y nos mostramos a la defensiva, lo rechazamos y otros no...
Luego la hora de Historia del Perú con Pastor Dávila. No sabemos como obtuvo el título del maestro. Parece un auxiliar más, pues, siempre lo vemos más preocupado por la conducta de los alumnos por patios y aulas como un ave de rapiña. Sus clases consisten en coger el libro de historia, leer rumiando y explicar aquello que ha entendido. Si añadimos como característica, suya (muy suya), peculiar la debilidad de su memoria de corto plazo, sus clases se vuelven insufribles. Se ve forzado a recurrir al texto a cada instante u otras veces sólo lo lee (o pretende hacerlo). También es practicante activo del castigo corpóreo (en otra vida debió formar parte de la Inquisión). Tiene como instrumentos de tortura, una pequeña regla con hoyuelos y una vara de madera enorme. A mí me presentó a la vara grande. Cuando una vez, estando en plena clase, los rayos solares de un Sol radiante se filtraban por los huecos del techo y daban contra mi cara. La luz me obligaba a cerrar los ojos y hacer un mohín de incomodidad. A Pastor le pareció que me burlaba de él, no me dio tiempo de explicar y un varazo seco impactó contra mi cráneo. U otra vez (cuando llueve todos se mojan) se le ocurrió revisar cuadernos. Nadie llevó cuadernos aquel Lunes fatídico.Castigo general. Todos teníamos que ir al cadalso. Pero, nos confería una gracia, podíamos elegir el castigo. "Reglita" o "Caricias". El primero, Minaya, escogió "reglita". En dos ocasiones esquivó la regla, la molestia de Pastor era grande y a la tercera fue la vencida... La lanzó con tanta fuerza que aún resuenan en mis oídos el impacto de la regla contra la mano de Minaya y el "¡Ay!" que retumbó, como eco, en todos los espacios y recodos del Aula. Minaya tambaleándose y agitando la mano con fuerza se dirigió a su carpeta con algunas lágrimas en su ojos... Tocó mi turno, escogí "caricias". Con ambas manos frotó mis orejas hasta sentirlas arder como "chicharrón a la plancha" y aplicó doble palmada, como platillos, sobre mis mejillas... Así desfiló todo el salón, algunos sonreían nerviosamente y les iba peor. Todos escogían "caricias" y regresaban con las mejillas coloradas. Hasta le "cayó" a Proaño, el chico más calladito del aula, aquel que sacaba puros veintes en conducta. El timbre de recreo nos hacía huir del salón. Ir al cafetín, comer un pan con huevo o palta y observar los partidos del Mundial en la pequeña TV blanco y negro.
Después del recreo, Formación Laboral. El curso más aburrido. Los palitos, los hilos de colores no compaginaban con nuestras actitudes de hombrecitos en pleno desarrollo... Luego Educación Física. Nos quitábamos los uniformes en forma apresurada y corríamos al patio. Hacíamos calistenia y ejercicios tratando de no molestar al profe para que nos de más tiempo para la pichanguita... ¡Qué hermosos días! Días sin preocupaciones ni temores. El Mundo nos sonreía...