Esta semana fui testigo de dos hechos de los más absurdos y que sólo refuerzan mi pensamiento que la necedad ocupa un lugar determinante dentro de la naturaleza humana. "No es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir" (Baltasar Gracián).
Jhon es un chico lenguaráz cuyas palabras llegan con suma facilidad a la grosería y a la ofensa. En más de una ocasión le sugerimos que cuidara sus léxico y sus modos pero lejos de oir consejos mandaba a quien tuviera al frente al lugar de donde todos venimos... Imposible hacerlo recapacitar. Obvio que con su carácter se había granjeado una antipatía natural que a él poco o nada le importaba. Decía, en voz muy alta y aguda, las cosas que pensaba sin eufemismos ni delicadezas pero impregnadas de una hedionda mala leche y eso fue lo que le costó caro esta vez. Estando en el sótano acomodando línea blanca y para ello había sido necesario dejar muy poco espacio en los pasillos vio de llegar, de repente y de paso, a una chica de seguridad de formas voluptuosas y que a más de uno, en el almacén, le ha provocado malos pensamientos (o buenos, según sea el cristal con el que se mire). Jhon con una mirada desafiante la ve llegar y mirando a su compañero de trabajo le dice muy suelto de huesos y con la aptitud de un consumado catador: "¡Te ha apuesto que ella no pasa por aquí...!". La morena de amplias formas oyó clarito tamaña majadería y abriendo sus ojos, como dos huevos fritos, se acercó al malcriado y le pregunta su nombre. Jhon como siempre y apelando a su escaso criterio le contesta que: "por qué te voy a dar mi nombre...". Ella llama refuerzos y hace hincapié que le han faltado el respeto, llegan, más rápido que volando, otros agentes de seguridad que logran sacarle el nombre y apellido completos a un intimidado, confundido e irreconocible Jhon. A los dos días fue cesado sin pena ni gloria.
Renzo es un chico relajado en todo el sentido de la palabra. Muy pocas veces se le vio haciendo esfuerzo físico en el almacén en donde el derroche de energía constituye una constante. Prefería sentarse en una computadora, aburrirse soberanamente, y digitar el número de las guías y otros. Lo encontrábamos en el comedor y siempre nos traía las ultimitas. El ser el digitador oficial del área le había permitido codearse con los encargados de varios zonas y de algunos miembros de la gerencia. Él feliz de la vida. Nos topábamos a diario con él en el comedor. Al finalizar la comida su atención recaía en los cubiertos del comedor. Una vez se olvidó su cuchara y fue a prestarse una del comedor que le fue dada sin chistar ni hacer preguntas. Me explico para que tengan una idea clara de como son las cosas en el comedor. Hay quienes traen su comida en táperes y obvio que con los cubiertos de casa. Otros, que no tienen tiempo para cocinar o alguien que no se desviva por ellos engriéndolos con alguna suculenta merienda prefieren ir al comedor y sacar a su cuenta el menú del día. En una mesa pueden estar comiendo quienes han traído sus táperes y quienes han comprado su menú... Bueno, y Renzo muy atento a los cubiertos. Primero no trajo para usar uno ajeno dejado en alguna charola vacía o jugando como quien no quiere la cosa a intercambiar un cubierto traído de su casa por uno del comedor... ¡Revisión General! El martes la revisión fue exhaustiva, alguien se había estado robando los cubiertos del comedor y ahora nadie se salvaba de la "requisa". Todo aquel que llevara entre sus cosas algo de la empresa era llevado a la oficina del seguridad en jefe. Yo me estaba llevando sin querer un plumón que empleo en mi trabajo y el vigilante, muy genti, me sugirió que lo guardara en mi casillero, cosa que así hice. Pero Renzo no tuvo esas facilidades pues entre sus cosas se le encontró un tenedor con la marca del comedor. Quiso defenderse aduciendo que se había equivocado al coger su cuchara pero los vigilantes poco o nada le creyeron y llamaron al encargado en jefe. Al final, Renzo, cayó en contradicciones y se hizo responsable, con o si ella, de la sustracción sistemática de 80 cubiertos, entre cucharas y tenedores.
Todo ésto me parece absurdo que como jugando, dos personas "adultas", pierdan sus empleos, poco después que los había asegurado, y queden marcados con los estigmas de la insensatez y de la necedad.
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