Estoy ansioso por ver en la pantalla grande "El amor en los tiempos del cólera", basada en el libro de uno de mis escritores favoritos, ¿quién?, pues el Gabo... Ese libro lo leí cuando cuando tenía 17 años y me costó un ojo de la cara. Lo compré en una librería que se encontraba en las inmediaciones de la plaza San Martín, en el centro de Lima. Caminaba por esas calles cuando volvía de mis clases en la Universidad de San Marcos antes de enrumbar al paradero y abordar el Enatru número 5.
Creo que entre los 15 y 20 años fue mi mejor etapa, la más fructífera, en cuanto a lectura se refiere, leí a varios autores, y obvio que el Gabo era uno de mis favoritos. Me enganché con "Cien años de Soledad", creo que lo leí en dos días, y cinco o seis veces más después. Me fascinaron sus cuentos. Increíble el realismo mágico impreso en cada uno de sus libros que daban rienda suelta a mi imaginación y que me transportaban a un entrañable Macondo y a otros parajes de ensueño.
Añoro esa etapa cuando encerrado en mi habitación leía de pe a pa cualquier libro que llegara a mis manos, con una avidez única nada comparable a cualquier otra cosa experimentada hasta entonces en mi corta vida. Creo que siempre he sido el tipo más insocial del Mundo. Prefería la compañía de un libro que de un ser humano...
Me encanta ver a mi sobrino leer libros y llevar una vida social como cualquier otro chico de su edad. En eso creo que me lleva una enorme ventaja. De vez en cuando solemos intercambiar ideas sobre un libro léido. Kev, tiene quince años pero tiene en su haber muchos libros que yo nunca había leído, obvio de que se trata de autores recientes. A pesar del poco tiempo libre que tengo trato de aprovechar al máximo leyendo o releyendo cualquier libro que caiga a mis manos. He vuelto a recobrar mi afición por la lectura después de mucho tiempo y quiero aprovechar al máximo.
Siempre he sido lento para aprender, aquí narro con algunas dosis imaginativas mis pinitos en el mundo de las letras...
Los libros nos acompañan en todas las etapas de nuestra vida. Aprendemos a leer a los 4, 5 o 6 años. Algunos lo hacemos con gusto, otros a regañadientes. Algunos los convertimos en nuestros mejores amigos, otros en la peor pesadilla. Puede causar placer leerlos y para otros resultar una insoportable tortura. Yo aprendí a leer a los 5 años, era el más pequeño del salón y el más llorón de todos. Cada mañana era un martirio ir de la mano de mi madre al Manuel Bonilla de Miraflores... Ingresaba con cierto temor al interior de un vetusto local con un piso similar al tablero de ajedréz. El olor a creso era insoportable, me producían arcadas. Cogido de la mano de mi madre me rehusaba a ingresar al aula. Por más ruegos de la profesora y de la anciana auxiliar, no daba mi brazo a torcer. En un descuido mi madre escapaba y yo explotaba en llanto. Entre la maestra y la auxiliar me cogían de brazos y piernas (las patié más de una vez) y me llevaban a la oficina de la anciana. Aplacado mi ímpetu y agotado de tanto llorar, permanecía sentado en una silla, mientras la anciana auxiliar de cabello blanco y esponjoso, escribía y escribía. Dejándome llevar por la curiosidad, miraba alrededor. En el fondo, detrás del escritorio existía una anaquel con una cantidad importante de libros, todos gruesos y de pasta dura. El mueble, los libros, todo, lucían muy pulcros. La anciana no me miraba, sólo escribía. De rato en rato se detenía y me ofrecía un marshmelow de colores, yo no aceptaba... Al principio. Luego cedía irremediablemente.
Entre llantos y pataletas matutinas me convertí en un asiduo asistente a la oficina de la anciana auxiliar. Prácticamente todo el mes de abril la había acompañado. Calmado (con cierto temor) ingresaba a clases después del recreo. No participaba mucho en el aula, era sumamente arisco. Me desplazaba con total libertad por el colegio. No iba al recreo, me aturdía el ruido y los gritos de los otros niños. Me asomaba a la oficina de la auxiliar y la veía siempre escribiendo y con un libro al lado (tomando notas de él). Al verme curioso me llamaba, yo me acercaba lentamente. "¿Quieres ver lo que estoy haciendo". Yo asentía. La veía describir trazos largos. Con suma delicadeza cogía el bolígrafo dorado, a ratos se lo colocaba en la boca mientras veía un libro en el que no veía figura alguna. Me empinaba para observar. En un libro muy grueso, habían signos pequeños (para mí entonces) como cientos de hormigas en un desfile sincrónico formando líneas perfectas. Notaba mi curiosidad y a ratos me leía en voz alta. Yo escuchaba maravillado como de manera hilvanada y sin pausas iba decodificando con tanta simpleza aquellos signos tan pequeñitos que ahora me daba cuenta encerraban palabras. Al principio no entendía lo que decía, muchas de las palabras eran desconocidas para mí. Le pregunté tímidamente si yo también podía hacerlo. Aún recuerdo su sonrisa bondadosa, su voz afónica y su chal sobre el cuello, diciendo: "Tú tambien puedes hacerlo pequeñín". Sus palabras resonaron en mi cabeza como el eco.
En los días sucesivos, en el trayecto de vuelta, preguntaba a quien me acompañase, qué cosa decía en cada uno de los paneles publicitarios que se cruzaban en el camino. Al principio se mostraban displicentes, en otras ocasiones no esperaban a que yo preguntara, simplemente, me lo leían... Poco a poco le daba sentido a las palabras escritas. Ya había dejado la pataleta y el llanto de lado, ahora era yo quien quería ir al colegio. Obviamente iba muy retrasado con respecto al resto de pequeños alumnos. Sin embargo, tenía muchas ganas de aprender. Cuando la maestra salía nos dejaba cargo de alumnas de grados superiores. Ellas sin mucho tino, me forzaron a leer, me repetían una y otra vez que leyera. Me presionaron tanto que me hicieron sentir torpe más de una vez. Veía molestia en sus rostros, impaciencia... Pedí ir al baño y me dirigí a la oficina del auxiliar. Y Allí estaba, con los ojos cerrados y fumando un cigarrillo, que apagó al verme... "No debes andar por los pasillos. Hay reunión de profesoras en la Dirección...". Bajé la mirada y no dí un paso. Mi mirada era triste y mi estado de confusión. Estaba a punto de llorar. "Ven acá", me dije con su voz ronca. "Qué pasa". Yo no contestaba. "Qué pasa", insistió con una voz dulce, distinta. Muy pocas veces se dirigía así a un alumno (siempre se mostraba seria y en su mano llevaba una regla de madera). Después de muchas dudas y titubeos le dije: "Yo quiero leer, pero no puedo..." y rompí en llanto. Me cogió el rostro con ambas manos (Nunca había visto un rostro con tantas arrugas), miró a mis ojos con sus ojos negros y me aprisionó en su pecho, mientras me mecía. Cuando me sentí más tranquilo, ella aproximo una silla al escritorio, cercana a la suya, y me dijo que me sentara en ella. De su librero sacó un libro enorme (con muchas figuras y colores: Era un cuento). Me lo leyó de manera pausada y clara. Notaba un timbre distinto en su voz (de vez en cuando tosía), las palabras se mecían en su boca. Sonaban como un arrullo. Al día siguiente y los subsiguientes, a la hora del recreo, me dirigía a su oficina, en donde me esperaba y me enseñaba palabras nuevas y me explicaba sus significados. Las alumnas grandes que se encargaron muchas veces del año en ayudarnos en la lectura notaron que ya no era necesario hacerlo conmigo y me dejaban leer o simplemente jugar a mis anchas.
En una de esas sesiones de lectura. La linda anciana me platicó sobre los libros buenos y los libro malos. Me dijo más o menos ésto: "Mucha gente dice este libro es bueno léelo, este libro es malo no lo leas. Un libro no es bueno ni es malo. La maldad o la bondad está en nosotros. Está en nosotros aplicar lo aprendido de la mejor manera. Un libro malo encierra, también, muchas enseñanzas. De los ejemplos malos podemos sacar experiencia para no cometerlos, igual, ocurre con los libros. Muchas veces te vas a topar con textos que aparentemente no tengan ningún valor o mensaje. Está en la mente de cada quien decidir si te puede servir o no. Si te sirve para el bien tómalo y si no, pues, no lo tomes, si consideras que el mensaje o la idea que trata de inculcarte o transmitirte es mala. De los libros buenos te diré: Que muchas grandes personas, históricamente importantes: Hitler, Napoleón (citó otros también, pero, cuando mencionó a Hitler su voz se mostró severa), personas dotadas de una inteligencia extraordinaria utilizaron los libros para generar guerras, muerte y destrucción. No le estoy echando la culpa a los libros. En el caso de Hitler (se le iluminó el rostro y sus labios se torcieron en señal de disgusto), hasta utilizo un "libro bueno", la biblia, para provocar una de las matanzas más horribles... (se le humedecieron los ojos, se retiró los lentes y con la yema de dos dedos apretó sus ojos). Te contaré, pequeña criatura, que cuando yo tenía más o menos tu edad fui separada de mis padres. Ellos fueron llevados a un campo de concentración. Nosotros nos quedamos con algunos amigos de la familia, y padecimos de hambre y de mucho miedo. No teníamos otra cosa qué hacer que leer y rezar. No cabía en nuestra mente imaginar que un hombre que se decía religioso podía obrar con tanta maldad. Ves, a eso me refiero cuando digo, que no hay libros malos ni buenos. Cómo un "libro bueno", como la biblia, pudo entrar en el corazón de un hombre malo, quizás sólo lo utilizó de excusa para llevar a cabo sus terribles planes, creo que fue eso. Tú tienes que leer todo lo que llegue a tus manos y tienes que aprender a diferenciar, no guiarte por las pastas o colorines, sino por lo que puedas aprender... Y por lo que tú puedas a enseñar. Los libros, son un complemento a la vida, no lo son todo. Tienes que aplicar todo lo que entiendas y aprendas en la vida. Si no entiendes algo pregunta. La ignorancia sólo desaparece cuando preguntas. El camino está ahí sólo tienes que seguirlo con tus propios pasos y éste será más seguro cuando cuentes con las mejores armas (del conocimiento) para formar parte de la vida y trascender. No ser uno más. Vamos chico, ve a tu aula y sigue estudiando". Me ofreció un marshmellow de los que atesoraba en el cajón central de su escritorio, lo cogí y le dije: "Gracias" (por el marshmellow y por todo lo que estaba haciendo por mí).
Era ya mucho más independiente a la hora de ir a clases. Siempre entraba por la puerta delantera y veía a la anciana que me hacía un gesto de saludo con una mano, mientras que en la otra se encontraba su infaltable cigarrillo. Volví a su oficina varias veces, aunque cada vez menos. Después simplemente dejé de ir.Antes de cumplir los diez años, y habiendo iniciado mi último año de primaria, pasé por la oficina de la auxiliar y no la vi... Estaba otra persona. Una señora joven. Era raro ver a otra persona ahí. Me acerqué, los libros no estaban. La señora me preguntó que es lo que quería. "Y la señorita ......". -Pregunté. "Ahh, ella murió hace dos meses. Fumaba demasiado (con un gesto de desprecio). Anda a tu salón hijito. Aquí no tienes nada que hacer. Está prohibido que los alumnos estén por aquí...". Me retiré cabizbajo. Siempre he sido un llorón. Y lloré. Me dirigí al baño en donde enjugué mis lágrimas con mucha agua y luego me dirigí a la formación.
Javier Alonso