Ayer hablé con Vladi y le dije que hoy, domingo, no iba a ir a trabajar pues durante la semana he llegado tarde a casa y he dejado ver a gente que quiero. Le pregunté que si era obligatorio venir y me ha contestado que nadie está obligado a hacerlo, no sé si lo dijo por una cuestión de cortesía o por salir del paso pero yo le tomé la palabra ipso facto, como para no darle tiempo a una retificación, y le dije ya con aplomo que no venía y que quería dedicarle el domingo a mi familia.
Anoche me enteré que hoy Daniela cumple años (olvido involuntario) y que su mamá, mi hermana Chris, había llamado a Elisa para que viniera con sus hijas ya que le habían preparado una pequeña reunión a Danielita. Elisa es mi hermana mayor y Villa el Salvador, un distrito con el que me visto muy ligado últimamente. Elisa se mudó para allá hace casi ocho años. Me causó mucha pena que se fuera con Verónica, mi engreída, que aquel entonces tenía tres años, Karina estaba en camino y Vale no existía, ni en proyecto... Con Verónica me une un gran vínculo, me encariñé demasiado con ella. Era una bebita hermosa, blanca como la leche, unos ojos y cabellos azabache y, unos hoyuelos que se le marcaban cada vez que sonreía... Todos se quedaban encantados con la preciosa nena y me preguntaban si era mi hija y yo que no. En ese tiempo tenía más tiempo libre que ahora, estudiaba por las noches y dedicaba gran parte de la tarde a Verónica. Yo le vi dar sus primeros pasos, hecho que me produjo gran emoción.
Un día mi madre nos comunicó que había comprado un terreno por Villa el Salvador y que tan pronto como construyera se mudaba para allá con su familia. Me causó gran pena. Era común despertar y escuchar la voz de Vero decirme "Chavé, Chavé..." (Javier) y la sola idea de no tenerla cerca me angustiaba. En los últimos días que estuvo en casa, pasamos mucho tiempo juntos, salía a pasear con la nena por el parque. Varias veces la llevé dormida a casa.
Recuerdo a mi hermana cargando todas sus cosas en un vetusto camión de madera e irse. Ese día no la pude acompañar. Sólo vi a Vero sentaba sobre las rodillas de sus padres llorando, no quería irse, se me partió el corazón... Cada vez que llamaba a casa, lloraba y decía que quería regresar a su casa de San Juan, yo no sabía que responderle. Ir a Villa el Salvador me parecía ir a otro mundo, casitas de un piso o dos rodeadas de arena. Las visitas acababan mal pues Vero se ponía a llorar cada vez que me iba, y no me quedaba otra que hacerla dormir para luego irme. Y ya en casa llamaba a mi hermana para vez como estaba.
Cuando tenía cuatro años sufrió de un repentino estado de ausencia, una manifestación de epilepsia. Su padre la levantó en brazos, mi hermana fue con ella. Y yo me quedé con Karina, mi nueva sobrina de escasos meses. Me angustiaba la idea de que lo peor hubiese llegado para Vero. Pero como era posible que una niña tan sana en apariencia tan llena de vida de pronto quedara como desconectada de este mundo. Recuerdo a mi hermana gritar a su esposo: "¡Samuel, qué le pasa a mi hija..." y a mi cuñado levantarla a toda prisa y llevarla al hospital. Las horas pasaban y la angustia crecía. Le preparé su biberon a Karina que hasta ahora se había portado muy bien. Pero yo me hallaba preocupado pensado en lo que le había a Verónica. En casa nadie contestaba. Mi mamá llamó más tarde y me dijo que Vero se iba a quedar en observación en el hospital por unos días.
En aquellos días no sabía cómo actuaba la epilepsia sobre las personas, yo la asociaba con las convulsiones pero había otras formas de mostrarse. Pasado el susto pero ya con el diagnóstico claro, acompañaba a Vero a sus citas en el hospital. Le había sacado tantas muestras de sangre que las enfermeras se quedaban impresionadas cómo esta pequeñita de cuatro años se remangaba y esperaba tranquila a que le clavaran la aguja sin exteriorizar miedo ni dolor ante el pinchazo. Los encefalogramas era algo más pesado pues le engominaban la cabeza y le colocaban unos diodos, y ella de lo más divertida. Al comienzo todo era llanto y pataletas ante los médicos y enfermeras pero después era ya toda una autoridad. Sin embargo, nos confirmaron que esta "enfermedad" la acompañaría por toda su vida. Empezó tomando jarabes y luego unas amargas pastillas que apenas podía pasar. En las citas al hospital llevando a Vero, conocí a mucha gente con la misma afección en diversos grados. La doctora de Vero era una gordita muy simpática que me explicaba todo al respecto.
Creo que por esto de Vero me volví más hogareño, a pasar más tiempo, dentro de lo posible, con mi familia. A visitar con religiosidad cada domingo a mi hermana y compartir momentos con mis sobrinas. Vero ya tiene casi doce años y es una niña hermosa, es bien tierna. La epilepsia, los medicamentos, los excesivos cuidados de su madre, le han provocado algunos problemas en la escuela. De niña era muy inteligente, despierta pero ahora no marcha bien en los estudios. Después que llegó Karina, vino al nundo Valeria. Idéntica a Verónica. Mi hermana no podía atender a todos sus hijos como quisiera, la economía le estaba jugando una mala pasada. Así es que acordamos que Vale, estudiaría en San Juan de lunes a viernes, aquí no le faltaría nada, y el viernes mismo regresaría a su casa. La niña se adaptó bien. A Vero le chocó mucho desprenderse del hogar de los abuelos y mudarse a su nueva casa. Valeria es una niña sumamente inteligente. Va a al colegio, hace sus tareas, come rápido y me alegra la vida. Los viernes va a su casa en Villa y se divierte a mares con Karina y Verónica y el domingo la traigo a mi casa de San Juan sin que éstos cambios la afecten. Considera su casa tanto a la de Villa como a la de San Juan pero contando con una sola familia, una enorme familia, que aunque separados por la distancia... (me sonó a Don Francisco, je je). Adoró pasar buenos ratos con mi familia, el dinero no me importa...
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