sábado, diciembre 15, 2007

¡Viva la amistad!

Hace un tiempo atrás platiqué con Sofía, una simpática chica del trabajo, sobre mi ruptura, amical, con uno de mis mejores amigos. Ella abría, intermitentemente, sus enormes ojos café cuando le contaba los detalles de como se fue al carajo mi amistad con Bric. Se conmovió con mi historia, un pucherito pueril se dibujó en sus finos labios, sus mejillas se ruborizaron y aprecié un inocultable brillo y temblor en sus pupilas...

Esta noche, en el almacén, llamé a Bric a un costado. Walt estuvo a punto de echarlo todo a perder por su evidente afán de figuración. Traté de hacerlo dentro de la más absoluta reserva pero Walt, insufrible, a mediana distancia, estuvo siguiendo detalle a detalle mi conversa con Bric.

Le dije que lamentaba, de corazón, mi reacción de aquel día, mi reacción tan vehemente, tan poco conocida, que terminó por tumbar una amistad de casi dos años. Él me dijo que entendía mi reacción porque me encontraba en un momento de mucha presión. Continúe hablando y evoqué aquel sobrenombre ("Chantarelli") con el que me llamaba con frecuencia y que definitivamente extrañaba. Y Walt atento a los detalles, ¡qué tozudes! ... Y que no esperaba, de la noche a la mañana, recuperar toda esa confianza de antaño pero que sin embargo quería dar el primer paso para que así sea. Nos dimos un fuerte apretón de manos y le propiné algunas palmaditas en su espalda. Walt trató de llamarnos para hacer una de sus gracias pero no le di pie y decidí ignorarlo mientras me dirigía donde el Cachorro que miraba atentamente la computadora. Y a un paso más allá se encontraba Sofía, apoyada sobre una mesa y jugando con sus lacios cabellos y yo que de improviso, a boca de jarro, le pregunté que si recordaba la pérdida de mi amistad con unos de mis mejores, sino el mejor, amigos. Asintió con la cabeza. Se lo dije con una dicha pletórica que terminó por contagiarla.

Todos se fueron, me quedé sólo en la máquina, cavilando y reconstruyendo los eventos más destacables del día: Mis burradas en los correos haciendo más pesada la tarea de la siempre amable Lizzy que, hasta ahora, Dios sabe cómo, me banca todas mis barbaridades e ineptitudes..., los gritos del Cachorro preguntándome que qué estaba haciendo o la hermosa figura de una desconsolada y bella, realmente bellísima, proveedora a quien le tuvimos que devolver parte de su mercadería.

A unos metros de distancia se hallaba Sofía, ocupada en sus labores, pero a instantes nuestras miradas se entrecruzaban...

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